Eran más que dos cuerpos, más que dos siluetas eran ellas, amándose, besándose, entregándose en la caricia que va más allá de la piel, la caricia que lo entrega todo y no da entrada al vacío.
Se miraban de frente, las palabras sobraban, las palabras no venían al caso sus ojos sostenían un diálogo, un diálogo de sentimientos y emociones, de sueños, de la vida que hasta hoy llevan y de los años que vendrán… Se amaban con la mirada, se agradecían, se decían un montón de cosas, cosas que no tienen palabras que las definan.
Piel a piel, acostadas sobre el colchón, su cobija el amor… Sonreían, recordaban algún momento del día y sonreían… la falta de muchas cosas se compensaba tan sólo con un par de palabras, aunque de pronto pesaba que el grifo estuviera seco.
Labio a labio se besaban, interrumpían su charla con un beso y otro, a veces una mordida que lo condimentara, y hablaban sin quitarse la mirada de encima, sin despegar ni un centímetro su piel, se acariciaban, se decían, se abrazaban, se entregaban al momento mágico de disfrutar de la existencia de ambas, de corroborar beso a beso, caricia tras caricia que el amor existe, que el amor puede ser tangible, de sabores, con aroma, que se puede mirar en los ojos de quien se ama.
Se exploraban internamente, se asomaban a la ventana del alma, se saludaban, se reconocían, hacían contacto dejando de lado la piel, acomodando sus cuerpos etéreos, bailaban y recorrían la habitación de extremo a extremo paso a paso, danzando un vals, no había nada, sólo el silencio de aquella bella melodía, de su melodía, una melodía sin notas ni acordes, sólo la música del alma.
Eran más que dos cuerpos, más que dos siluetas eran ellas…
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